El olor a tierra mojada y humo de fogata flota en el aire del parque, justo frente a la Gobernación de Alto Paraná. Allí, en un espacio que alguna vez formó parte del ex aeropuerto Alejo García, decenas de carpas improvisadas se extienden como testimonio vivo de una lucha antigua, dolorosa y silenciada: la de los pueblos indígenas, que han tenido que abandonar sus territorios para hacerse oír.
Desde hace semanas, grupos originarios provenientes de distintos puntos del país –entre ellos Caaguazú, Canindeyú y San Pedro- se han instalado en el espacio público. Bajo la intemperie, expuestos al frío, al barro y a lluvias persistentes, hombres, mujeres y niños piden atención del presidente del Instituto Paraguayo del Indígena (INDI), Juan Ramón Benegas.
Los nativos cuestionan la gestión de Benegas. Lo acusan de no representarlos, de no cumplir compromisos y de no tener o real con las comunidades que supuestamente debe proteger señala Francisco Barrios, uno de los líderes provenientes de Caaguazú.
Él recuerda cómo su comunidad fue desplazada desde Santa Fe de Paraná, norte de Alto Paraná, con la promesa de acceder a tierras en Caaguazú. Pero la promesa, como tantas otras, quedó flotando en el aire. Dijo que el Estado nunca pagó al propietario del terreno y la comunidad quedó en un limbo legal y territorial que aún persiste.
Barrios y otros líderes explican que su protesta no se trata solo de ese conflicto puntual. “Cada comunidad trae su herida, pero lo que nos une es el abandono del INDI. Ese señor nunca bajó a vernos, no sabe cómo vivimos, y no cumple los acuerdos que otros presidentes al menos intentaron respetar”, asegura.
RESISTENCIA
Las carpas que se alzan en el parque no son estructuras para la protesta de un día. Están pensadas –a la fuerza- para la resistencia prolongada. Con lonas plásticas, maderas y ramas, las familias han montado un campamento precario, pero firme. Allí cocinan con leña lo poco que tienen, recogen agua de lluvia y resguardan a sus hijos de las tormentas.
Lo más desgarrador no son las palabras, sino las escenas donde se observa a niños pequeños descalzos, cubiertos con ropas viejas y rotas, esperando comida que muchas veces no llega. Algunas madres intentan mantener rutinas de higiene con baldes y toallas, otras simplemente abrazan a sus hijos, como escudo ante la indiferencia.
Aseguran que no se van a mover hasta que sean escuchados. Señalan que no están allí por gusto ni por capricho. Es porque ya no tienen otra forma de exigir dignidad. La protesta no es un hecho aislado. Forma parte de una organización nacional de pueblos originarios que, cansados de promesas vacías y políticas asistencialistas, buscan articular una voz colectiva, estructurada y política.
Denuncian que el INDI, lejos de proteger sus derechos, se ha convertido en un ente burocrático, alejado de las realidades territoriales y culturales de las personas indígenas que habitan el país.
En Alto Paraná, el grupo que acampa se prepara para intensificar la presión. No descartan marchas, cortes de rutas e incluso ingresar masivamente a la ciudad, si no obtienen una respuesta concreta.
Ahora la temperatura está empezando a bajar en Ciudad del Este, situación que golpea mucho más a los nativos, sobre todo a los niños y niñas que bajo carpas, buscan protegerse del frío y del calor. Lo que exigen los nativos no es caridad. Es respeto, es cumplimiento de acuerdos, es una silla en la mesa donde se toman las decisiones que afectan sus vidas.
RECURRENTE
Se trata de un problema recurrente. Cada cierto tiempo estos nativos son llevados a sus comunidades de origen, pero al poco tiempo vuelven debido a que corren de la necesidad. Acá, de alguna manera, logran sobrevivir, pidiendo monedas en los semáforos. Lamentablemente muchos niños y niñas están expuestos a todo tipo de situación. La Codeni local ya intervino en el lugar en más de una oportunidad, pero el problema sigue igual.