Vi Apocalyse Now en 4K pensando en el Sudeste Asiático y el comienzo de la decadencia norteamericana hace 50 años, al calor de la lectura del libro de Giovanni Arrighi, Adam Smith en Pekín. Un diálogo en una de las partes (para mí) siempre más aburridas e innecesarias de esa gran película (la cena en la mansión de los plantadores ses) cobró significación nueva leyendo el libro de Arrighi.
La cena es entre potencias coloniales en fuga. La vieja Francia imperial, exhausta y alucinada; y los Estados Unidos, sucesores recientemente pasmados. Todo esto me recuerda, antes que a El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad (en la que muy famosamente pensaba Coppola), a El americano impasible, de Graham Greene, novela sobre la Indochina sa que leí hace dos décadas, convaleciente de dengue, empapado de sudor.
La célebremente llamada “escena de la plantación” es, como dicen quienes la conocieron mucho antes de que fuera publicada en el “corte final” de 2001, “un pilar” de la película de Coppola, pero es un pilar más ideológico que narrativo, me parece: Un pilar demasiado expuesto y, para peor, ubicado hacia el final de la película, pesadamente. Eso me molestó desde que vi el último corte de Coppola a principios de este siglo (el original de los estudios lo vi en los años 90, en VHS).
En cualquier caso, solo hasta esta semana la secuencia en cuestión me resultó molestosa. Comprendí entonces este pasaje como otra “detención” o “variación” más del tiempo a que Coppola somete a la narración, la del vaporoso viaje por el río, un tipo de narración por lo demás conradiano.
En la plantación sa hay una mansión y allí Wilard cena con la familia terrateniente, antes de adentrarse en la “zona oscura”, mientras el Señor (Gaston) expone lo que cree son motivos por los que los norteamericanos pueden salvar la “civilización” que ellos, los ses, llevaron a Vietnam.
–Nunca “evacuaremos”, capitán. Esta es nuestra casa. Indochina es nuestra. Así ha sido durante ciento veintiún años, y hay algo que decir al respecto.
Se enorgullece Gaston.
–Los vietnamitas creen que es suyo. Supongo que los estadounidenses también.
Objeta Wilard.
–Pero lo civilizamos. Un lugar pertenece a quien lo ilumina, ¿no estás de acuerdo?
Se infla todavía más el viejo colonialista, como un cisne venido del pasado que desgrana su último canto.
–Siempre pensé que los ses vinieron aquí para conseguir la goma.
Dispara Wilard, el nuevo colonialista, ahora metido hasta el cuello en su propio infierno. Y la cena se da por terminada.
De alguna manera, la película también podría terminar, a partir de este pasaje, de otra forma: Con Wilard desistiendo del asesinato del Capitán Kurtz, con la conciencia manifiesta de que no sirve para nada que complete su misión. De hecho, solo la llevará a término por el imperativo militar, no por los Estados Unidos, ni por la civilización euronorteamericana ni siquiera por él sino por la misma razón de Estado que llevó a Kurtz a convertirse en un pequeño Dios vengativo sobre la tierra por el poder jerárquico de las armas.
Este poder es el que Arrighi ve como fundamento último de la “superioridad” europea sobre China durante lo que se conoce como la Gran Divergencia: Ese momento entre fines del siglo XVIII y principios del XIX en que el sudeste asiático, hasta entonces no solo a la par sino por encima comercial e institucionalmente comenzó a declinar (por un siglo), al tiempo que Europa central se desarrollaba de manera global.
Esta “superioridad”, ejercida por los plantadores europeos de Apocalipsis Now durante más de un siglo en Asia, es la que Gaston define como derecho de propiedad: El lugar bárbaro que es iluminado por el varón blanco y euronorteamericano... con el saqueo, el sometimiento y la muerte.