Hace 90 años se firmaba el Protocolo de la Paz del Chaco, con el cual se daba fin a tres años de enfrentamientos entre dos pueblos hermanos. Este nuevo aniversario de la Paz del Chaco es una ocasión que tenemos para honrar la vida y el sacrificio de miles de jóvenes que derramaron su sangre para defender el Chaco. El mejor homenaje será que se pudieran formular políticas de Estado que apunten a proteger el territorio, la soberanía, cuidando a sus habitantes y la naturaleza. Para que sea un lugar de desarrollo y trabajo, y un hogar para todos.
Hace 90 años se firmaba el Protocolo de Paz, después de tres años de un conflicto en el que 36.000 soldados paraguayos dieron la vida para defender a la patria. El Protocolo significó el cese definitivo de las hostilidades; al firmarse el documento, cuentan los historiadores que fue tanta la alegría que ambos ejércitos salieron de sus posiciones y se abrazaron en el frente de batalla. Considerada la guerra más importante en Sudamérica durante el siglo XX, se libró desde el 9 de setiembre de 1932 hasta el 12 de junio de 1935.
Es importante rendir homenaje a aquellos que combatieron con heroísmo. Los que quedan cuentan con una edad avanzada, enfermedades y achaques de la edad. En nombre de ellos y de los miles que no sobrevivieron, el país debe reconocer que es bastante poco lo que se hizo por aquellos que desafiaron los peligros y los enfrentaron con irable coraje. Paraguay no podrá saldar la deuda con los Defensores del Chaco, pero al menos los gobernantes deben itir que durante décadas han mantenido abandonado el territorio por el cual se libró una guerra, por el que 36.000 soldados paraguayos dieron la vida.
No sirven los homenajes ocasionales y los discursos vacíos, ni tampoco la emoción pasajera o la euforia patrioteril al escuchar 13 Tuyutí, si en 90 años de sucesivos gobiernos de un mismo partido político no se ha logrado ni siquiera dotar de vías de comunicación seguras y de todo tiempo para el Chaco.
Celebrar la Paz del Chaco debería ser una tarea de todos los días, pues como país que puede vivir en paz, sin conflictos graves ni internos ni externos, tenemos la posibilidad de desarrollarnos pacíficamente. Debiéramos honrar la vida y el sacrificio de aquellos miles de jóvenes que derramaron su sangre. Hacerlo corresponde por encima de todo a las autoridades y a las instituciones, formulando políticas de Estado que apunten a defender realmente nuestra soberanía, ya no de ejércitos extranjeros, sino del gran flagelo de estos días que es el narcotráfico y el crimen organizado, poderes ambos que con su creciente poder amenazan nuestra soberanía. También nos urgen políticas públicas enfocadas en el Chaco, que consideren este territorio no como un espacio para ser explotado, sino como una región que debe ser revalorizada y protegida. Es igualmente urgente cambiar la idea heredada de la larga dictadura stronista, según la cual solo los extranjeros pueden desarrollar el Chaco. Es necesario reivindicar soberanía y territorio, para que el Chaco vuelva a ser de todos los paraguayos, y no únicamente de los grandes propietarios de extensiones, quienes han cercado tierras, aislado a las comunidades y explotado a los pueblos originarios que habitan ancestralmente esa región. Es intolerable que en pleno siglo XXI los habitantes primigenios del Paraguay se vean obligados a consumir agua salobre de los tajamares, que arriesguen su salud con agua no potable, porque el Estado ausente no les provee de agua potable, ni salud pública. Indígenas y otras comunidades padecen sistemáticamente el aislamiento, ya sea durante la sequía y durante las inundaciones; como se vio recientemente durante el rescate de una docena de trabajadores de estancia que habían sido abandonados a su suerte. Esos niveles de explotación también se deben a la ausencia de un Estado que proteja a los trabajadores.
El Chaco debe ser un lugar de desarrollo, un hogar para todos, sin excluir a los pueblos nativos; debe ser tierra de trabajo para los paraguayos y las paraguayas, donde encuentren empleo digno y justicia; y que esta tierra por la cual murieron miles de compatriotas no sea para algunos simplemente la ruta privilegiada para el tráfico, o tierra de nadie que puede ser comprada por quien tiene más, y no por quien la necesita para construir un hogar.