Durante unos días, Asunción se convirtió en la capital de la ultraderecha mundial. El Foro Madrid, creado hace cinco años por la Fundación Disenso, ligada al partido español Vox, convocó a lo más granado de lo que llaman “iberosfera”. Este término abarca a España e Hispanoamérica, pero es algo confuso, pues también integran esa alianza de la derecha radical populista políticos de Brasil, Portugal, Hungría y del Partido Republicano de Estados Unidos. Su figura más importante, el presidente de Vox, Santiago Abascal, fue recibido con honores propios de un jefe de Estado.
No cuestiono el derecho de Vox de tejer una red regional anticomunista, neoconservadora y nostálgica de dictaduras militares ni la decisión de reunirse en Asunción. Los partidos y políticos de izquierda también se agrupan en sus propias plataformas, como el Foro de San Pablo o el Grupo de Puebla. Es parte de lo que la derecha denomina la “batalla cultural”. Me hace, sin embargo, un poco de ruido que el Gobierno le haga tanta fiesta al señor Abascal, representante del fascismo español y el mayor promotor de políticas de rechazo a la inmigración extranjera.
Hay más de 100.000 paraguayos viviendo en España. Es el principal destino europeo para los compatriotas obligados a dejar nuestro país por falta de trabajo. Se supone que una cuarta parte de ellos está indocumentada. España es también el principal origen de las remesas de dinero al Paraguay. El año pasado fueron 447 millones de dólares, más del 60% de los envíos del total de países.
El entusiasmo de los colorados con Abascal motivó un agudo comentario del senador Éver Villalba: “El mismo Gobierno que expulsa a paraguayos de su tierra aplaude a quien propone expulsarlos de España. Es un pacto entre quienes desprecian a los más vulnerables, dentro y fuera del país”.
Otra contradicción, que revela el fariseísmo del discurso de Honor Colorado (HC) contra las organizaciones no gubernamentales (ONG) es que el encuentro regional de la ultraderecha fue organizado justamente por una de ellas, la Fundación Disenso, convertida en el principal laboratorio de ideas de ultraderecha de habla hispana. Para HC algunas ONG extranjeras son perversamente peligrosas, pero “las que piensan como nosotros”, no.
Eso nos lleva a una pregunta inevitable: ¿Cómo piensan ellos? El discurso de Vox es el típico de cualquier derecha extrema: Reniega del multiculturalismo, está en contra de las políticas de memoria, de la diversidad sexual, del feminismo y desconoce la noción de violencia de género. Todo lo que salga de este esquema es, inexorablemente, comunismo.
El discurso de la ANR es más difícil de definir. Es que tiene varios, según las circunstancias. Pueden pasar versátilmente del “socialismo humanista” de Nicanor Duarte al actual “Dios, patria y familia”. Total, ambos lemas son mentiras.
En lo que coinciden Vox, la ANR y casi todo el espectro de ultraderecha continental es en utilizar el anticomunismo para frenar los avances democráticos que hubo en América Latina en las últimas décadas. Es una retórica poco novedosa. Los paraguayos de suficiente edad ya la conocimos durante el stronismo, cuando Asunción también era sede de los congresos de Liga Anticomunista Mundial (WACL, por sus siglas en inglés), una organización financiada por Taiwán que respaldaba a las dictaduras de derecha.
Su principal referente en Paraguay era Antonio Campos Alum, director de la Dirección Técnica del Ministerio del Interior, uno de los principales centros de tortura de la dictadura. Era la dependencia especializada en identificar “comunistas”.
Todo era una mentira. Como fueron los discursos provida y anticomunistas de los representantes paraguayos. Peña, sometido al sector más duro y excluyente de HC, fue obligado a sumarse a la comparsa. Tan fingido fue todo, que resumió el debate en un enfrentamiento del bien contra el mal. Un simplismo que incluyó la frase boba del título de esta columna.