15 jun. 2025

En universos paralelos

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La corrupción, sin duda, una de las mayores amenazas para cualquier país porque este abuso de poder para beneficio propio, de un grupo político/económico o del mismo gobierno que permite que se convierta en sistema, lacera la democracia, ese sistema que con sus debilidades, intenta reducir desigualdades.
La lucha contra la corrupción es un tema de seguridad nacional para Alemania, país que ha invitado a un grupo de personas de la región vinculadas a la Justicia, la Fiscalía, la política, la sociedad civil y la prensa para conocer su programa de lucha contra la corrupción, sus experiencias y sus mejoras prácticas para combatir y eliminar este flagelo.

Alemania es el motor económico de Europa con una historia lacerada por las guerras y una vivencia atroz de las peores formas de degradación humana como fue el nazismo. El pasado está presente en monumentos en sus hermosas y ordenadas ciudades donde la persona es el centro gracias a sus anchas avenidas que priorizan el transporte público y la movilidad en bicicleta, con amplios y hermosos parques para recreo de su población. El ciudadano y su bienestar es el centro de todo; no el partido, ni la claque, ni las élites ni los ejércitos prebendarios.

Y quizá allí, en cada acto institucional, en la presencia del derecho en el mínimo acontecimiento de la vida cotidiana donde hay que buscar la respuesta a la angustia de los países donde la corrupción excluye y empobrece. ¿Por qué sus ciudadanos tienen esa calidad de vida y los nuestros no? Si la riqueza es la misma.

Charlando con funcionarios o con dirigentes de organizaciones de la sociedad civil que promueven la transparencia y la democracia, se nota una convicción: La corrupción es un enemigo poderoso que hay que combatir con todas las armas democráticas posibles, donde no bastan las leyes sino estrategias institucionales que promueven la cultura de la integridad. Pocos funcionarios o políticos se atreven a corromperse porque si son individualizados, serán castigados y tendrán el estigma de por vida. Más de un miembro de la delegación latinoamericana lanzó una risita de incredulidad cuando con tanta convicción señalaban la importancia de la reputación en la función pública o en la política. En países minados por la corrupción, la narcopolítica y el crimen organizado es difícil comprender tal concepto, más aún cuando esos antivalores se han apoderado de sociedades que veneran al corrupto, al narco, al delincuente porque solo el dinero (y no las instituciones) solucionan los problemas básicos y permiten la movilidad social.

UN PROCESO. No es con magia que se alcanza esos niveles. Hay una suma de factores muy difíciles de enumerar, pero sin dudas destaca el modelo de función pública. Ingresar al Estado tiene sus rigurosas reglas y el funcionario cuida su trabajo porque le da estabilidad, buena paga, crecimiento profesional, prestigio, etc. Todo un sistema de protección social para evitar que sean susceptibles a la corrupción y leyes severas para reducir los riesgos. Obviamente en Paraguay falta mucho con respecto a la calidad de la istración pública, pero la burocracia nacional supera en condiciones laborales y algunos indignantes privilegios frente al trabajador privado, y eso no evita la corrupción que va desde la mísera coima para tramitar un permiso del menor hasta los grandes robos como las licitaciones. Es decir, no bastan las buenas condiciones laborales: la integridad debe ser una convicción de quienes ejercen la función pública, tanto istrativa como política. Sino hay elementos como honestidad, ética y responsabilidad y una visión país no hay manera de salir del estado de corrupción.

“No necesitamos ser millonarios para vivir bien. Tenemos salud, educación, seguridad, jubilación digna”. Esta es una frase reiterativa de los funcionarios del Estado alemán que resume también el alma de su pueblo.

La construcción de un Estado transparente, eficiente, con mínima corrupción necesita de arquitecturas legales, pero de nada sirven las decenas de leyes sin penalizaciones claras o si tiene más peso el llamado del poder de turno para torcer una decisión.

Son los tigres sin dientes. Cáscaras institucionales sin poder real, creadas para beneficiar a los ladrones públicos con la complicidad del Estado.

Caminando por sus calles impecables, sin baches, sin carteles publicitarios invasivos, donde la naturaleza tiene un sitial preferencial para cobijar a sus habitantes y donde miles de personas se cruzan sin perderse el respeto, uno puede sentir y ver que en ese país las instituciones funcionan. Cuando se ingresa a un ministerio, resaltan la sobriedad y la austeridad.

Comparando la institucionalidad, las convicciones y la calidad de vida de sus habitantes, se puede decir que viven en un universo paralelo.

Alemania no está exenta de problemas de corrupción. En el tiempo de la visita, un fiscal y un juez estaban procesados por corrupción, pero eran la excepción. No es el crimen organizado su problema principal como lo es en esta región, sino la influencia de Rusia y de algunos países árabes que con su capacidad económica sobornan a los políticos. El riesgo de las coimas se da en las grandes obras públicas, como se puede ver hoy en el escándalo del gobierno español.

Sin embargo, las noticias no son habituales como en Paraguay, donde la corrupción y la debilidad institucional son el pan de cada día. Para cambiar el estado de cosas, se tiene la certeza de que las autoridades no tomarán la iniciativa. Por tanto, y a pesar de los ataques del Gobierno de coaccionar a la prensa independiente, aniquilar a la oposición, amedrentar a los ciudadanos, hay que seguir combatiendo la corrupción, la nave nodriza de la ANR para permanecer en el poder.

La vía para lograrlo es más democracia, más transparencia, más derechos, en contraposición a los que están hoy en el poder, quienes alientan los atropellos institucionales bajo el slogan “Dios, Patria y Familia”, abrazando impúdicamente a los neofascistas que odian a los migrantes, entre ellos miles de paraguayos.

Así como ellos derribaron el muro que los dividía en 1989, el mismo año en que cayó la dictadura stronista, es hora de sacudirse para derribar los muros de la corrupción y la exclusión y así, como lo hizo el pueblo alemán, lograr el consenso social de vivir en un país donde sus instituciones funcionen bien, bajo la premisa básica de la democracia.

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