15 jun. 2025
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Blas Brítez

“En el marco de la mitología stronista, el retroceder era una manera de mentar el progreso”, recordó el sociólogo Domingo Rivarola en su actualísimo libro de 1991, Una sociedad conservadora ante los desafíos de la modernidad.
Existe algo en común entre el filósofo italiano Antonio Negri y el electo presidente brasileño Lula da Silva —además de que ambos actúan bajo la herencia del amplio arco de la izquierda política y cultural de los años 60 y 70—: sus madres fallecieron cuando estaban en la cárcel, por la misma época, en Italia y Brasil respectivamente. Para ambos la figura materna es inseparable de la filosofía y de la política que emprenden
Hay grandes historias del cine clásico de Hollywood en que los cigarrillos y la complicidad de fumar tienen una importancia central. Hoy no tanto como antes, por supuesto, en una época de altos impuestos y compromiso sanitario. (Menos, en Paraguay, claro está, donde el humo tabacalero tiene privilegios impositivos y contrabandísticos, y el cine apenas existe desde hace no mucho tiempo)
Antonio Gramsci notó hace un siglo que cuando el capitalismo no logra dominar ya las fuerzas productivas –cuando pierde su esencia competitiva y comienza a elucubrar ensueños raros con la naturaleza y usos del Estado– es que se ha vuelto reaccionario y su periodo fascista ha comenzado a materializarse.
Se pueden adivinar sus ocupaciones por los uniformes, por el hastío que todo lo inunda en los irrisorios buses dominicales que se hacen rogar por escasos y, a menudo, pequeños. Son un espacio social del proletariado formal e informal. Raras veces en función del ocio.
La primera vez que Vince Gilligan estuvo en Nuevo México fue de paso, cuando iba a Los Ángeles para convertirse en escritor de la serie Expedientes X. Años después se lamentaría en una conferencia, ante un público atentísimo del estado sureño, de no haber conocido Albuquerque no más que yendo por la carretera, sin entrar en la ciudad, antes de mostrarla al mundo en los planos de las series Breaking bad y Better Call Saul: cielos incendiados de luz que entra a chorro por las ventanas; tierra tibia o caliente abajo, salpicada de vida y de objetos morosos; penumbras de interiores en los que, tal vez, resplandece durante un segundo el póster de un viejo western que evoca, repetidamente, la idea de que lo que está fuera de la justicia está más cerca de nosotros de lo que imaginamos; panorámicas de edificios repetidos y barrios con sencilla y también sofisticada gente, con diversos niveles de mentira y violencia en su entorno: millones de personas rodeadas de un desierto, de un paisaje bellísimo, del humano azar.
Si hay algo que siempre llama la atención de los operativos antinarcóticos que las fuerzas de seguridad de Colombia despliegan, a menudo con asesoría y financiación norteamericana y europea, es que generalmente exhiben sonoras denominaciones copiadas de la mitología griega clásica, personajes a veces de tragedia, vaya uno a saber por qué.
En una extensa y trepidante entrega de la serie del detective Kurt Wallander, creación del escritor sueco Henning Mankell que estoy terminando de leer en estos días (montado en fluctuantes colectivos fantasmales, en idas y vueltas llenas de ansiedad lectora), el misterioso asesino de la novela elimina con una pistola a una pareja de felices recién casados, distendidos en una sesión de fotos en una apacible playa de Suecia durante su luna de miel. Boda reciente, playa, felicidad, asesinato: combo explosivo.
No es un hecho probado ni mucho menos que William Shakespeare haya acompañado en junio de 1605, en su viaje a Valladolid, a los enviados del rey Jacobo I, para la ratificación del Tratado de Paz que Inglaterra había suscrito con España en Londres en agosto del año anterior, después de décadas de guerra militar y religiosa entre ambos estados.
En esta quincenal columna, desde hace ya unos años se viene insistiendo en las hoy obvias conexiones que existen entre la práctica política esencialmente colorada, las corporaciones religiosas transnacionales y cristianas y el negocio siempre fértil (ideológico y económico) de la fe, más que nada centrado en las confesiones pentecostales de cuño norteamericano (con influencia regional brasileña) que asolan el resto del continente munidos de un inmenso poder económico muchas veces espurio, un fanatismo galopante que fácilmente deviene en éxtasis fascista, con vigorosa influencia conservadora en las instituciones públicas.
Los años previos al asentamiento del régimen de Alfredo Stroessner (1954-1989) por medio de un golpe de Estado, de una violencia que prometía paz con armas que no tardaría en utilizarlas contra la población civil, fueron de una profunda división al interior del Partido Colorado. Con oportunismo y con el apoyo de dichas armas, el artillero pescó (una actividad que le gustaba) en los ríos revueltos del coloradismo y encontró la fuente de un poder que perseguía a base de escasos escrúpulos y hábiles traiciones, con el apoyo de grupos económicos y, sobre todo, de los Estados Unidos.
Desde hace siglo y medio un síntoma superficial de que las crisis sociales y económicas se han vuelto profundas es que los periodistas (en tanto intermediarios comunicacionales de la realidad) comiencen a citar el nombre de Karl Marx en sus aseveraciones cotidianas. Aparece así, para valorarlo o denostarlo, el nombre del filósofo y activista alemán casi siempre devenido sustantivo común o adjetivo que, inopinadamente, se escapa de la academia o de la militancia política para entrar en los medios masivos: marxismo o marxista, donde antes había tabú o autocensura.
Son cinco las cuadras diarias que, ida y vuelta, separan a este cronista de la parada de colectivos que viajan a Asunción desde Luque.