15 jun. 2025

Apocados

Lo peor que le puede pasar a un pueblo es dejar de sentir, de percibir y de reaccionar. Equivale a que hemos perdido la sensibilidad de construir lo colectivo desde una preocupación que nos atañe a todos. Vemos en la práctica política que el objetivo de cauterizar toda forma de rebeldía se ha dado de la manera menos violenta, pero no por ella menos gravosa: la insensibilidad. A los asuncenos no les preocupa tener un intendente y concejales que llevan su ciudad a la ruina mientras se mofan del nivel de robo que acometen sin que nadie levante una pancarta, una bandera o un grito en contra de algo que parece haberse convertido en algo natural de la condición política no solo de los asuncenos, sino de los paraguayos. Hemos perdido el norte como sociedad y este apocamiento puede llevarnos a formas de sometimiento aún más brutal y pérfida.

Ahora se busca cortar toda forma de adquirir sentido social y por ese camino como lo hacen los tiranos cuando acaban comprando, persiguiendo y atemorizando a sus adversarios políticos, cargan contra las organizaciones intermedias a las que recubren de un poder cuestionador que no están interesados en tolerar. Los pueblos como los de EEUU y Japón alcanzaron un gran desarrollo sobre la movilización constante y permanente de su llamada sociedad civil. Los millones de voluntarios, las deducciones impositivas a los donantes y la fuerza de estas instituciones son sobradas muestras de orgullo. No hay comunidad por más pequeña que sea que no tenga organizaciones no gubernamentales o fundaciones que impulsan tareas que el Estado no lo hace o si lo realiza es de dudosa calidad. Solo los grupos cívicos y voluntarios que realizan tareas sociales, sus obras se miden en miles de millones de dólares colocados en el torrente de sus sociedades dinámicas y abiertas para todos. Aquí, al igual que en la Rusia de Putin, la Nicaragua de Ortega o la Venezuela de Maduro, se pretende perseguir a todo aquel que siga el mandato de la Constitución de 1992, de hacer de esta una democracia participativa y no solo de dudosa representación de calidad. Una nota de la democracia paraguaya en comparación con la dictadura de Stroessner es la cantidad de estas organizaciones que nacieron al influjo de participar en el enriquecimiento del debate y la tarea de compromiso en la sociedad. Tuvieron diferentes formas de financiación, locales e internacionales, que buscaron mejorar la calidad de gestión en diferentes campos del quehacer humano. Con todas sus imperfecciones y carencias, sus aportes han sido notables y pusieron a los partidos políticos en una posición incómoda al punto de tener que contratarlas a muchas para que gerencien lo que ellos no son capaces de hacer en tiempo y forma y a menor costo. Esto quizás haya sido el gran pecado de muchas de las perseguidas.

La democracia es organización y gestión. Ella define su carácter y le da en su dinamismo el verdadero sentido de su razón de ser. Ahora unos cuantos políticos y sus coristas dicen que les deben rendir cuentas lo que hacen organizaciones privadas para luego acometer sobre todos y cada una de las transacciones de los paraguayos si llegan a conseguirlo. Mientras tanto las miles de asociaciones estarán bajo el control y la vigilancia política para atemorizarlos con mecanismos de sanción y multas superiores a las que nunca se aplicaron a los miles de corruptos que todos los días se roban casi 2.000 millones de dólares anuales según el Banco Mundial y el BID.

El Estado ladrón no ite competencia en ningún ámbito y los impulsores de este proyecto en realidad están tanteando cuán vulnerable es esta democracia acostumbrada a que le roben, le mientan y la manipulen. Van a por todo con cualquier cuento, pero con un solo argumento real: limitar, controlar y perseguir todo movimiento social cualquiera sea su denominación. Si seguimos apocados vendrán a por todo.

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